Poema Del Estercolero
El hambre, con su rostro demacrado,
que una vez que castiga, no perdona
mientras queda incumplido su mandato,
se adueñó de su mesa y de su choza.
Luchó, como esforzada, por vencerla,
y en la brega incansable y afanosa,
¡cayó, toda rendida, en la contienda,
desorientada, sin amparo, sola...!
Frágil esquife que al azar se lanza,
sin rumbo cierto, por la mar ignota,
en el abismo de la mar, perdido,
caerá al empuje de la ardiente ola! ...
¡Hija infeliz de la infernal miseria,
huérfana triste en la primera aurora,
en el abismo primero de la vida sintió
el fracaso de las alas rotas...!
Como nómada errante, pordiosera
a quien el hambre con su horror acosa,
buscó la caridad de puerta en puerta,
¡sin poderla encontrar en una sola...!
Atrayente, a pesar de la miseria,
hasta entonces impoluta y milagrosa,
conservó la atracción de la belleza
que aviva el fuego de las ansias locas.
Y aunque indemne el cristal de la conciencia
la escudó contra el mal y la deshonra
y bajo la roída vestimenta
vivía la doncella pudorosa;
¡Volaron a su oído mil promesas,
y donde sollozó por la limosna,
hubo un cruel apetito que la hiciera
vacilar entre el hambre y la deshonra...!
La sociedad menguada y siempre artera,
esclava a la mentira y a la forma,
¡negó toda virtud a la harapienta
y toda caridad a la andrajosa...!
De la necesidad la voz tremenda
(ya que el bien le negó la fruta optima)
le habló del mal, ¡y la tenaz conseja
hizo estrago en el alma virtuosa...!
Y flor que la furiosa ventolera llevó
del negro abismo a la amplia sombra;
¡de los brazos del vicio fácil presa,
se hundió en la charca y se bañó en su ola!
Hoy la mano que ayer, dócil y trémula,
en vano reclamara una limosna,
enflaquecida y pálida y enferma
del vicio esgrime la nefanda copa.
La negra copa del placer esgrime
la mano a quien negaran la limosna,
¡y la cruel sociedad repudia el crimen
de la triste y hambrienta pecadora...!
....
¡Oh! Cristo, buen rabí, vuelve a la tierra,
señala la virtud, muestra el pecado,
ordena, como ayer con Magdalena,
¡que una sola no más, de tantas manos
lance a la triste la primera piedra:
y ni una sola cumplirá el mandato...!
Escritor: Federico Bermúdez y Ortega.