Poema Idilio de Gaspar Núñez de Arce

(Fragmento)

XXXI
Desde el alba hasta el término del día
ya nadie nos veía
vagar sin rumbo en fraternal concierto.
Ya no andábamos juntos, ni ya unidos
buscábamos los nidos,
en los frondosos árboles del huerto.

XXXII
Ya no me acompañaba, y yo, alterado,
pasaba por su lado,
tranquilo en la apariencia y satisfecho.
Era oponer la indiferencia al dolo;
mas al quedarme solo
se me saltaba el corazón del pecho.

XXXIII
Entonces ¡ay de mí! pensando en ella
dirigía mi huella
hacia las ruinas del feudal castillo,
que sobre estéril y ondulada mota
alza su frente rota
sin almenas, sin puente ni rastrillo.

XXXIV
Elévase fantástica y disforme
aquella mole enorme
que muestra de los siglos el estrago:
crece en las hendiduras de la piedra
la trepadora hiedra
y al pie del muro el triste jaramago.

XXXV
Solo las bulliciosas golondrinas
turban de aquellas ruinas
la paz solemne con sesgado vuelo,
y alguna alondra al ascender inquieta
símbolo del poeta,
que cuando canta se remonta al cielo.

XXXVI
En muda calma y soledad medrosa
parece que reposa
aquel gigante por la edad rendido.
Hasta un arroyo que a sus plantas corre,
y la vetusta torre
proyecta en su cristal, pasa sin ruido.

XXXVII
Para vencer mi insoportable tedio,
y hallar algún remedio
a mis ansias prolijas y secretas,
con brazo vigoroso y pie seguro
subía por el muro,
buscando apoyo en sus profundas grietas.

XXXVIII
Ágil, robusto, dueño de mí mismo,
al través del abismo
alzábame hasta el fin, no sin trabajo,
para ver en confusa perspectiva
la inmensidad arriba,
y la tristeza del silencio abajo.

XXXIX
Las aves que en la torre se acogían
al acercarme huían,
y solo con mis penas en la altura,
de codos en el ancho parapeto,
miraba con respeto
el cielo azul y la feraz llanura.

XL
¡Cuántas veces mi espíritu errabundo
apartado del mundo
en aquel torreón del homenaje,
con íntima y tenaz melancolía
se engolfaba y hundía
en la infinita calma del paisaje!

XLI
Ni aislada roca, ni escarpado monte
del diáfano horizonte
el indeciso término cortaban:
por todas partes se extendía el llano
hasta el confín lejano
en que el cielo y la tierra se abrazaban.

XLII
¡Oh tierra en que nací noble y sencilla!
¡Oh campos de Castilla
donde corrió mi infancia! ¡Aire sereno!
¡Fecundadora luz! ¡Pobre cultivo!...
¡Con qué placer tan vivo
se espaciaba mi vista en vuestro seno!

XLIII
Cual dilatado mar, la mies dorada
a trechos esmaltada
de ya escasas y mustias amapolas,
cediendo al soplo halagador del viento
acompasado y lento,
a los rayos del sol mueve sus olas.

XLIV
Cuadrilla de atezados segadores,
sufriendo los rigores
del sol canicular, el trigo abate,
que cae agavillado en los inciertos
surcos como los muertos
en el revuelto campo de combate.

XLV
Corta y cambia de pronto la campiña
alguna hojosa viña
que en las umbrías y laderas crece,
y entre las ondas de la mies madura,
cual isla de verdura,
con sus varios matices resplandece.

XLVI
Serpean y se enlazan por los prados,
barbechos y sembrados,
los arroyos, las lindes y caminos,
y donde apenas la mirada alcanza,
cierran la lontananza
espesos bosques de perennes pinos.

XLVII
Por angostos atajos y veredas,
los carros de anchas ruedas
pesadamente y sin cesar transitan,
y sentados encima de los haces
rapazas y rapaces
con incansable ardor cantan o gritan.

XLVIII
Lleno de majestad y de reposo
el Duero caudaloso
al través de los campos se dilata:
refleja en su corriente el sol de estío,
y el sosegado río
cinta parece de bruñida plata

XLIX
Ya oculta de improviso una alameda
su marcha mansa y leda;
ya le obstruye la presa de un molino,
y como potro a quien el freno exalta,
párase, el dique salta
y sigue apresurado su camino.

L
En las tendidas vegas y en las lomas,
cual nidos de palomas,
se agrupan en desorden las aldeas,
y en la atmósfera azul pura y tranquila
ligeramente oscila
el humo de las negras chimeneas.

LI
En las cercanas eras reina el gozo.
Con íntimo alborozo
contempla el dueño la creciente hacina,
y mientras un zagal apura el jarro
otro descarga el carro
que bajo el peso de la mies rechina.

LII
Otro en el trillo de aguzadas puntas,
que poderosas yuntas
mueven en rueda, con afán trabaja,
y cual premio debido a su fatiga
desgránase la espiga,
y salta rota la reseca paja.