Ah!, que yo os mire con fervientes ojos,
arboles crecidos aquí y allá sin violencia,
hermanos míos que no han sido contados y colocados en ringlera
y que confundís dulce mente vuestro brazos y vuestra cabezas.
Que yo no te obligue a caer en la yerba,
pequeña hoja de oro que sueñas en acunarte;
Naciste para danzar en el aire y la luz,
!Hasta el fin de tu danza y de tu sangre¡
!Ah¡ y tu, vivo césped, poblada yerba, dichoso pueblo
que hace jugar los vientos y la sombra de las nubes;
¡Piedad de la tierra! !Invisible esperanza que renaces
de la ceniza y penetra la nieve¡
Que en ti me arrodille y me esconda,
hierba, mi rostro de hombre haga huir a las bestias!
que sea confundido en tu corte; y en tu ley,
que la vuelva a aprender y que ella me levante¡
Verdes hebras contra mi boca que hacen temblar mi respiración,
Os confieso la angustia del hombre,
y la vergüenza donde el ha abandonado de nuevo
al desecho de las almas la vigilancia de su reino.
Hierba que rejuveneces y baña cada aurora,
convido a tu corazón los corazones que aman siempre;
Invito a tu corazón aquellos pueblos viejos que lloran
doblado sobre un yugo sangrienta.