Teníamos un amor que sobrepasaba cualquier creación divina.
Una tarde fría en julio, fundidos en un abrazo y sin
explicación alguna lloramos pétalos rosados, inundando el
piso de nuestra humilde morada.
Muchísimos años después, se descubrió el primer
arbusto de cerezos, creció entre los restos de la
casa donde alguna vez planeamos nuestras vidas,
los botánicos dijeron en secreto que tus dulces lágrimas
sirvieron de semillas.